8/2/11

La maquila en vivo

Como miles de compatriotas estoy buscando empleo. Cada domingo reviso las convocatorias y ofertas laborales en uno de los matutinos de La Paz, elijo los avisos que me parezcan más atractivos o aquellos para los cuales me parece soy apto y mando los papelitos de rigor.

Así fue como me presenté a la convocatoria de una empresa transnacional –no amerita más detalles– a principios del mes pasado. Este domingo 6 de febrero, cuando ya me había olvidado del asunto, me sorprendió una llamada invitándome a pasar por un céntrico edificio al día siguiente para la entrevista respectiva.

Hasta ahí todo bien. Algún nervio lógico previo, los buenos augurios de familiares y amigos, etc. Llego al edificio con 10 minutos de anticipación y uno de los recepcionistas me manda “al fondo” (sic), donde ya están cerca de 15 personas esperando. Eso me inquieta, porque todas mis anteriores entrevistas laborales han sido individuales: directo el empleador potencial y yo.

Con el paso de los minutos la cosa se pone peor, porque sigue llegando gente. Recuerdo –es ineludible– la película El Método, de Marcelo Piñeiro. Han pasado ya quince minutos de la hora en que nos citaron (10:30) y somos alrededor de 75 personas, con trazas variopintas y distintas edades. Me pesa no tener una cámara fotográfica.

Seguimos la estoica espera –en algún momento los ocupantes abandonan uno de los asientos (dos sofás, siete lugares) y me apodero del sitio, mientras mando un SMS previendo que no llegaré a almorzar en casa de mi mamá. A las 11:30, por fin, nos hacen entrar al auditorio del edificio.

Adentro me/nos espera otra sorpresa –bueno, a algunos. Hay otro grupo análogo al nuestro (casi otras 100 personas), alrededor de cuatro mesas largas, esperando a que les informen los resultados de sus pruebas. Hemos pasado al auditorio –quizás hacíamos demasiado bulto en el lobby del edificio–, pero aún debemos aguardar media hora antes que nos sometan al inicio del proceso.

Se informa quiénes fueron electos del primero grupo, se agradece a los demás por su asistencia –reconozco a un compañero de colegio y a dos ex condiscípulos de universidad– y se nos invita, por fin, a sentarnos alrededor de las mesas. Entre tanto una amiga de la universidad me ha reconocido (tuve que leer de reojo su nombre cuando llenaba el formulario para recordarlo) y estamos conversando, así que nos sentamos juntos.

Las encargadas –hay un varón con ellas, pero sólo hace bulto–, extranjeras, nos dan las instrucciones: llenar el formulario que refrenda los datos ya enviados por correo (pedían hoja de vida, cual suele ocurrir) y en las “hojas bond” (sic, me encantó) hacer dos dibujos. Uno debe mostrar a una persona y otro incluir a una persona bajo la lluvia, incluyendo una historia en cinco líneas relacionada con el dibujo. Internamente sé que ya me jodí: las artes plásticas no están para nada entre mis habilidades. Pero decido seguir con la cosa, por pura curiosidad y ver hasta dónde llego.

También nos confirman algo que no recuerdo ya si estaba en el aviso, pero desanima a un par de mujeres que se marchan: todos los presentes, sumados los que ya seleccionaron del grupo anterior, estamos ahí por DOS puestos de trabajo. La presunta estabilidad laboral que ofreció el presidente por decreto hace unos años, me causa soberana gracia en este momento.

Me dan un lápiz, lleno el formulario y empiezo a sufrir con los trazos. Como sé ya estoy un pie y medio afuera, dibujo un futbolista –nadie va a tomar en serio a alguien que dibuje a un futbolista, ¿o sí?– y en la otra hoja pongo a un presunto adolescente corriendo bajo unos goterones que asustan (mis dos compañeras de asiento hicieron mujeres con paraguas; yo puse a mi protagonista sin protección alguna). ¿La historia? Algo así como que Juan –sí, le puse nombre, siguiendo mis preceptos de guionista según los cuales ningún personaje debe ser anónimo– ayuda a la economía de su casa trabajando como auxiliar (“ayuco”) de bus y que está corriendo bajo la lluvia porque le mandaron a conseguir un repuesto, pero acabará resfriándose –naif, ¿verdad?

Mientras vamos cumpliendo la primera parte de la eliminatoria, nos piden que nos presentemos y digamos al menos tres razones por las cuales queremos pertenecer a la empresa o consideramos ser los mejores para ello. Escucho que hay postulantes de lo más variados: comunicadores, administradores turísticos, egresados de turismo, una estudiante de ciencias políticas (¿?), alguien que trabajó en el ministerio de gobierno y con la policía –por supuesto levanta suspicacias– y hasta un señor que trabajó como electricista en EU durante varios años y acaba de regresar al país.

Cuando me toca, camino hasta el lugar desde el cual dar mi discursillo y digo con sinceridad que me incliné a postular porque me atraía trabajar con una empresa foránea. Agradecen mi franqueza y eso vuelve a certificarme internamente que no seré electo. Para rematar, mando un SMS a mi mamá –Administradora de empresas– comentándole lo de los dibujos, y su réplica pone la cereza en el pastel: “Los dibujos son para ver el carácter y detallismo del accionar”. Si fuese bueno para dibujar, quizás hubiera estudiado arquitectura; y lo de los detalles: la única vez que hice continuidad en un video, ¡perdí mis hojas porque las olvidé encima de uno de los autos!

Diluvia en la ciudad, nuestros estómagos se manifiestan reclamando el almuerzo (son las 13:30) y esperamos los resultados, mientras las seleccionadoras comen unas salteñas acomodadas en los sillones del lobby. Cuando regresan, 28 minutos después, dan la nómina y mi amiga se percata que seleccionaron a quienes tienen experiencias específicas para lo que necesita la empresa. Está bien, es lo lógico, pero ¿les costaba tanto ser específicos desde la convocatoria inicial?

Salgo del edificio y camino hacia un restorán cercano, riéndome de la experiencia. Al menos ahora ya sé lo que se siente en una maquila.

FOTO: EIDE MONTANA/FLICKR.COM.

2 comentarios:

  1. Pasa, una vez me llamaron a una entrevista y estaba ahí, con otros 20 tipos y era para vender sistemas de internet masivos, no supe cómo escapar, casi dormido salí a tomar un refresco e irme decepcionado. Y eso que me dijeron que la entrevista era para un cargo ejecutivo... ejecutivo de ventas.

    Saludos

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  2. Creo que a la siguiente, cuando me llamen, haré algunas preguntas específicas. Así me evito desde la salida de casa.
    Saludos también.

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