Su deceso pasó poco menos que desapercibido para la prensa en La Paz, ocupada con situaciones socio-políticas como siempre. Pero a mí –e intuyo a muchos cinéfilos– me sacudió. Y claro, como tantos otros tengo mi propia historia con la célebre escenita de la mantequilla.
Primero me acerqué al libro. Por una de esas cosas jocosas de las ferias callejeras paceñas, cada vez que se montaba una en El Prado siempre habían (creo hay todavía) ejemplares de la novela de Alley Robert, basada en la película de Bertolucci. Así, como a mis 15 años me compré uno que devoramos, clandestinamente por supuesto, con varios compañeros de curso.
Unos años más adelante, aproveché una tarde solo en casa y alquilé de un videoclub cercano la película. Demás estaría decir que la primera vez no la vi completa, sino me concentré directamente en las secuencias eróticas –como casi todo adolescente cachondo, intuyo. Pero luego de saciar la curiosidad y otras necesidades, oteé los 136 minutos fotografiados por Storaro y me acerqué (poco, huelga decirlo) al drama psicológico-erótico.
Pasó más de una década sin que me acordase demasiado del Último Tango –al menos no a nivel consciente. Salvo alguna ocasión en que compartiendo con amigos y jugando a adivinar películas con mímica era bastante sencillo aludir a la escena que marcó a la Schneider, o cuando un amigo que asimismo es docente de semiología nos recordó el “bulto” que aparece siempre tapado en el pied-à-terre de la película.
Cuando ya tenía mi reproductor de DVD, casi seis años ha, buscaba otro film célebre del cine erótico de los 70: La Historia de O, de Just Jaeckin, cuando encontré uno de esos “compilados” de cinco películas que asimismo incluía la del realizador italiano que alguna vez fue asistente de Pier Paolo Pasolini.
Con toda el agua corrida bajo el puente, casi podría decir que fue un redescubrimiento. Primero porque me dediqué a un análisis más detallado de los personajes –sobre todo el de María–, luego por la revisión calma del guión y de la realización de 1972 (uno de los motivos que me apega a la cinta: es del año en que nací y tengo cierto fetichismo con todo lo de ese año).El viernes, tras enterarme que María Schneider había fallecido, pensé primero en volver a mirar la película. Lo he postergado. Luego me dio por elucubrar acerca de la maldición que persiguió a la joven actriz tras ese papel, pues nunca más logró un suceso de taquilla como aquel. Pero ya otros lo han hecho. Así que, sencillo, preferí hacer esta suerte de elegía incompleta.
Nunca puse en práctica lo de la mantequilla –ni creo lo haría jamás–, pero estoy seguro que la actriz francesa se ha sentido liberada al fin del sino que la ligó con esa secuencia. Au revoir, mon cherie María. Descansa en paz.
FOTOS: BAUDET/STARS-PORTRAITS.COM, TEAWITHVLC.BLOGSPOT.COM, THEREALTIMER.COM.
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