Cada 24 de enero, cuando llega el mediodía, la ciudad de La Paz enloquece. Y si bien no es una capital muy cuerda –empezando por su peculiar topografía–, esa jornada particular se lleva la flor. A las 12:00, según reza la tradición, se DEBE tener los objetos en miniatura –mejor si son regalados; no importa si han sido comprados por uno mismo– sahumados por el yatiri (o émulo de este) y bendecidos por algún cura.
Quizás por eso es que las puertas de las iglesias se ven abarrotadas de gente. Y casi ningún templo es pasado por alto: desde los habituales como la Catedral Mayor, la de San Francisco, las iglesias de El Prado, San Pedro o San Miguel, hasta casi cualquier otra donde el párroco decida dar cabida a la usanza que combina paganismo y devoción como tantas otras en la urbe paceña.
Pero claro, la cosa no empieza ni acaba ese día. En realidad, la fiesta de las Alasitas y el Ekeko (Iqiqu, en aymara) comienza como a mediados de octubre, cuando algunas imprentas –sobre todo “MAQUEV” (Morir Antes Que Esclavos Vivir, como dice el coro del himno nacional), propiedad de Rómulo Sanjinés– empiezan los diseños en pequeño de los productos que han incursionado en el mercado. Es un verdadero arte de maquetismo, aunque las facilidades de la tecnología ayuden muchísimo.
Cuando yo era niño me decían que los distintos sacos, botellas y otras reproducciones en miniatura contenían el producto verdadero. Alguna vez destripe un costal de café y era cierto; en otra ingerí el líquido de una botellita de Coca Cola y sólo era agua teñida. Ahora dudo mucho que las cajas y envases contengan algo, aunque tienen cierto peso que da para pensar y creer todavía aquello.
El 24 de enero asimismo comienza la feria, ahora instalada en el Campo Ferial Municipal situado en el Parque Urbano Central –Avenida del Ejército, detrás de la UMSA y frente al Teatro al Aire Libre, para quienes conocen mi amada ciudad natal–, que suele prolongarse unas tres, incluso cuatro semanas. Muchas cosas de las que se venden son "Made in China" y otro enorme sector del campo ferial está ocupado por las comideras (señoras que venden posko api, plato paceño y otras delicias culinarias, así como las que elaboran repostería en miniatura y comercian sus pasteles por docenas o unidad, según el tamaño), pero esta feria tradicional sigue cautivando a propios y extraños.Para los periodistas de La Paz también es una jornada de divertimento. Aunque implica bastante trabajo y mucha mayor creatividad, se preparan los ejemplares con verdadera alegría y sosiego. Y es que la costumbre de los impresos pequeños, dignos ejemplares de mordacidad, sorna y sátiras, permite muchas veces a los periodistas decir sobre quienes usualmente son fuentes de noticias serias cosas que de otra manera, por responsabilidad y por manejos éticos, no podrían decirse. Cuando trabajaba en Última Hora me dedique a llenar páginas para un par de suplementos y debo admitir que tal práctica me encantó.
La praxis dice que uno debe adquirir en pequeño las cosas que desea tener en tamaño normal. Claro, el sortilegio muchas veces no se cumple –como en el caso de los gallos, para las mujeres sin pareja, o las gallinas, para los varones ídem, de las que boté unas cuantas a la basura a fines del año pasado–, pero depende de la fe y el empeño que uno ponga en que se concreten. Por si acaso, ya son más de veinte años que siempre tengo billetes de Alasitas en mi billetera, en parte porque quien solía comprarlos cada 24 era mi papá y también porque desde que lo hago la invocación ha surtido, quizás no en las cantidades ansiadas pero sí para la subsistencia.
Ahora me voy. Debo ir a buscar algunas cosas en la réplica de la feria que se instala en la plaza de San Pedro y como suele pasar, se ha declarado un día lluvioso en La Paz que sin embargo no impedirá el correteo del mediodía. ¡Felices Alasitas, paceños y no paceños!
FOTOS: MADDYSWELT/FLICKR.COM.