21/9/11

21 DE SEPTIEMBRE

Despertó. «Día festivo sin clases», pensó para sus adentros. Se desperezó lentamente: había todo un largo y -por qué no- caluroso día por delante; oficialmente, la primavera arrancaba en ésta parte del planisferio, en franca oposición a la mayoría de las canciones de amor difundidas por las estaciones Frecuencia Modulada Stereo de moda y semi caducas, que la sitúan en abril, fuera del contexto que la rodeaba.

Encendió la radio. Música romanticona -era previsible- en la mayoría de las FMs; «día de los enamorados», le recordaron los distintos locutores. Decidió levantarse y tomar un duchazo.

Mientras tanto, sonó el teléfono. Era uno de sus compañeros de colegio; como no pudieron comunicarse, había dejado el mensaje de que luego llamaría. Salió del baño y le dieron el recado. «¿Para qué me habrá llamado?», meditó al vestirse.

Desayunó, a solas con la empleada que se ocupaba en organizar los diversos pertrechos para el almuerzo, caminando de un lado a otro. Ya sus padres habían salido y no volverían hasta la noche. Ángela, su hermana menor, estaba con los de su curso en una excursión campestre alegórica a la fecha y Ernesto, el mayor desaparecido desde la víspera, no daba aún señales de vida. Cogió la taza, y se acomodó frente al televisor. «A ver qué hay», dijo. La pantalla se llenó de imágenes reiterativas. Todos los programas en vivo hablaban del cambio de estación, del «amor que se puede sentir en el aire» y promovían concursos con premios como cenas para enamorados, joyas o cajas de chocolates. Las estaciones que no emitían sino enlatados, diluían sus minutos entre telenovelas, programas de dibujos animados y antiguas seriales, todos repetidos hasta el hartazgo.

Cansada como siempre le pasaba con los feriados a media semana «que te descompaginan todo» según afirmaba, empezó el zápping inclemente. Lo más que duraba la señal en un solo canal eran tres minutos.

A las 11, sonó el teléfono. Contestó, mecánicamente, casi sin ganas. «Hola... ¿Marco?... Aquí, viendo tele... No, nada... ¿A dónde?... Hmmm, puede ser... Te llamó a eso de las dos, para quedar bien, ¿ya?... Seguro... Chau».

Siguió frente al televisor, mirando sin ver, pensativa. Pasaron otros quince minutos y fue a su dormitorio. Alzó un libro y se acomodó en la cama para leerlo. "En el principio era el sexo y en el final también lo será", observó impreso en una de las páginas. Quedó rumiando la frase un instante. «¿Cómo será el sexo?», terminó por preguntarse.

Tras almorzar, en medio de la parafernalia del televisor, la radio a todo volumen, puesta por su hermano, pasando música estridente y la emisora nativa de la empleada, analizó la posibilidad de cumplir el trato telefónico. Revisó la cartelera cinematográfica en el periódico: eligió una película cómica y descolgó el auricular, marcando luego un número. «¿Marco?... Vamos al 6 de agosto, ¿te parece?... ¿Me recoges o nos vemos ahí?... Bueno, te espero... Chau».

Cambió de polera, alzó una chamarra y esperó, sentada de nuevo frente al televisor. Marco llegó puntualmente. Se saludaron, subieron al auto y partieron hacia el cine. «Se ve raro así, peinadito y perfumado», pensó.

En la oscuridad de la sala, sintió una mano por detrás de su cabeza. Sonrió levemente, sin decir nada. Minutos después, percibió el abrazo. Siguió callada. La mano de él buscó la de ella: se encontraron, agarrándose. Lo miró fijamente. El se acercó y, sin decir nada, la besó. Sin que sepa bien por qué, sintió miedo por aquel beso. No era el primero, mas traía consigo la sensación de algo incierto cuyo origen su instinto femenino no atinó a responder.

Salieron tomados de la mano, sonrientes. Marco le preguntó si ella tenía que volver rápido a casa. «No sé», respondió. Se encaminaron hacia el Montículo, donde ya estaban varias parejas y se veían tres o cuatro vehículos aparcados. Bajaron del auto y se acomodaron en la baranda, mirando a la ciudad. Charlaron de todo. El colegio, los compañeros de curso, los odiados profes, los benditos recreos, proyectos de travesuras para hacer juntos...

La ciudad dejó la certeza del sol, dando paso a la siempre acogedora luz de una redonda luna llena. El silencio se fue apoderando del ambiente, incluyéndolos a ellos. Volvieron al auto, a causa del viento frío.

Marco encendió la radio. Sonaba música suave, romántica, como al inicio de la jornada. Sentados en el asiento trasero, empezaron a besarse. Marco introdujo sus manos bajo la ropa de ella, hasta sentir la comunión de su tacto ansioso con la piel suave e inmaculada. Sorprendida e indecisa, ella le dejó hacer. Marco la besó en el cuello, bajando hacia los senos, cuyos pezones, sin querer, ya estaban erectos y se presentaban desafiantes. Le desnudó el torso, desabrochando el sostén y sacando los pechos por debajo. Ella decidió participar; sentía que era imposible estar pasiva. Sus manos empezaron a describir círculos en la espalda desnuda de Marco, y fueron bajando hasta desabrocharle el pantalón. Marco hizo lo mismo y poco a poco logró sacar una pierna del jean que vestía ella. Las caricias se hicieron más breves y directas; los besos, más largos y apasionados. Marco le quitó a medias el calzón de algodón comprado por su madre -sacó solo una pierna-, se acomodó y empezó a moverse rítmicamente sobre ella.

Te sentiste invadida de golpe. Dolió, sí, pero también te causó una sensación agradable. Todo esto era nuevo y «está pasando muy rápido», pensaste. Se escuchaban jadeos y gemidos, entremezclados los tuyos y los de él. Siguieron con eso, hasta que lo sentiste agitarse, temblar y derrumbarse encima de ti, mientras percibías un líquido en el interior de tu humedecido sexo.

«Te amo», dijo él; «Creo que yo también», balbuceó ella.

Pasaron varios minutos, en silencio, abrazados. Ella estaba reclinada en el hombro de él, que fumaba un cigarrillo. Decidió poner fin al silencio. «¿Qué hora es?», preguntó. «Ocho y media», contestó Marco, mirando el reloj en el tablero del coche. «Llévame rápido a casa», pidió excitada, pasando al asiento del acompañante. Apenas llegaron a la puerta, se despidió y salió apresurada, adentrándose en la seguridad de su hogar. El sólo atino a mirar cuando ajustaba la puerta de su casa.

Se desnudó poco a poco, recordando todo lo ocurrido. Iba a ponerse la ropa de dormir. Prefirió darse una ducha rápida antes. «Así que esto es el sexo», pensó recordando la lectura meridiana. Se puso una polera, envolvió sus cabellos en una toalla y estaba por acostarse, cuando entró su mamá. «Teléfono» dijo y salió.

Cogió el auricular. «Hola», dijo.

- Hola-, escuchó del otro lado. Era Marco. Sintió ganas de colgar. En vez, preguntó: «¿Qué quieres?».

-Sabes... no sé cómo decirte esto... Todo lo de hoy día...

Se impacientó. «Mejor hablemos mañana, ¿bueno? Estoy cansada y...»

-No, no-interrumpió él- Tengo que decirte esto ahora... Todo era por una apuesta con mis amigos, ¿sabes? Es que... aposté que iba a hacerlo contigo... No te enojes, ¿ya?... Podemos seguir siendo amigos...

«Ándate a la mierda», gritó llorando, al tiempo de colgar el teléfono. Su mamá apareció en la puerta, preguntando: «Hija, ¿qué te pasa?». «¡Nada, mamá, nada!», respondió al salir apresurada, dirigiéndose a su cuarto. Entró, cerró la puerta con seguro por dentro y se lanzó de bruces sobre la cama, mientras lloraba desconsoladamente.

Despertó con las luces del alba. No recordaba cómo ni en qué momento se había cubierto con el edredón. La pieza que sonaba en la radio le revivió todo el día anterior. «Los hombres son una mierda», pensó primero; «qué fecha estúpida la de ayer», luego. Se levantó, aún molesta, y se metió en la cocina.

Comió de todo un poco. No se salvaron ni siquiera algunas sobras que habían quedado de la cena anterior, descuidadas encima de la mesa. Volvió a su cuarto, se vistió y después salió al colegio. Sabía que tendría que volver a compartir el asiento con Marco, durante dos meses más. «Qué día de mierda», pensaba al entrar en el colegio.

FOTOS: INTERNET.

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