20/10/11

La llegada de los marchistas por el Tipnis es una fiesta

Nunca estuve en una concentración multitudinaria como la de este histórico miércoles 19 de octubre de 2011. Hace ocho años, cuando se caía de a pedazos el gobierno despótico de Gonzalo Sánchez de Lozada, opté por hacer despachos vía internet fuera del país, pero no me acerqué a la zona de los conflictos y las movilizaciones por preservar mi seguridad. Este 19 no; este miércoles quise estar ahí, costase lo que costase y sin que nadie me lo impidiera.

Luego de acordar la cita, salgo de casa a las 11:00. En 15 minutos más me encontraré con Lucio en la plaza del mercado Camacho. Paso antes por un cajero automático —tengo previsto ir al cine por la tarde— y llego sobre la hora. Estoy dándole una mirada al hermoso Illimani, cuando Lucio me sorprende y avisa que los marchistas recién están llegando a Villa Fátima, como a unas 30 cuadras de donde estamos. Decidimos adelantar la hora del rancho.

Ya que es día de estrenos, hago un segundo en el renovado comedor popular del Camacho. Buscamos un poco en las iteradas ofertas y encontramos uno de nuestros vicios comunes: falso conejo con fideo graneado. Acomodados ya en el banco de madera, nos servimos el plato típico con verdadera fruición. Mientras tanto, ya Radio Televisión Popular (RTP) se está anotando su enorme poroto del mes (y quizás del año) al transmitir en vivo el recorrido de la marcha que como una enorme oruga se ha adentrado en la ciudad.

Tentado por los aromas de la cocina en el puesto, decido cascarle un plato de albóndigas —almóndigas dice la casera— con arroz. Cuando acabo y mientras el comedor se va llenando, las imágenes muestran a la marcha pasando por la plaza Villarroel. Caminamos un poco por el ambiente entregado hace unos meses por la Alcaldía y descubrimos, así, una suerte de balcón o terracilla. Apostados ahí, mientras los marchistas se van acercando, Lucio me sugiere ir a acomodarnos en la acera, pues de otra manera será imposible para él hacer primeros planos.

En la calle, casi frente a la puerta de unos pollos a la brasa, iniciamos un simpático intercambio de criterios —y chismes, como buenos periodistas— con Jorge Figueroa, otrora compañero de aulas y uno de los locutores de las Escuelas Radiofónicas de Bolivia (Erbol), medio que muchos apologetas del gobierno consideran una suerte de vocero de los marchistas. Resulta sabroso enterarse de algunas cosas que ocurren alrededor del entorno palaciego, donde las pugnas de poder, ya lo sabíamos, hacen que no todo sea una taza de leche, precisamente.

Pasan algunos policías, en una camioneta y en motocicletas, y son abucheados por la gente que, es bueno decirlo, se ha ido reuniendo en los últimos 30 minutos y ha llenado ya las aceras de las distintas cuadras de la avenida Camacho. Finalmente, cerca de las 13:00, aparecen un par de movilidades del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (Gamlp) que trasladan a niños y mujeres hasta la Asistencia Pública, a unos 20 metros, poco más o menos, de donde estoy parado.

Pasa algo como una media hora más y ahora sí, ¡ahí están los marchistas! Como es usual, el bello orden del principio no es más que un recuerdo. Los cebras y guardias municipales intentan en vano que la gente vuelva a las aceras, mientras un par de motoqueros y hasta un adolescente en un quadratrack son quienes abren el cortejo. El primero grupo de marchistas tiene a los dirigentes conocidos ya de tanto verlos por televisión, como Fernando Vargas o Adolfo Chávez de la Confederación de Indígenas del Oriente Boliviano (Cidob). Los aplausos enrojecen las manos, pero no importa: son unos héroes para la percepción popular y a los héroes, se sabe, se los aplaude a rabiar.

Luego, para mi pesar, aparecen los insalvables figurettis y oportunistas, entre ellos penosamente más de un conocido. Ganas no me faltan de alzar algo contundente y lanzárselo a un sátrapa ex emenerrista que con el pecho henchido lleva una bandera con flores de patujú. ¿Sabrá el comemierda ese lo que representa la hermosa flor para los pobladores de las tierras orientales? Estoy casi seguro de que no.

Lucio y yo hemos sido separados por la masa marchante. Él está entremedio de los caminantes, tomando fotografías como no hacía desde al menos una década atrás —incluso algún colega le mira sorprendido y no es para menos: los fotógrafos de prensa “en actividad” están con jeanes y ropa sport, mientras él luce un formal terno porque dejó el escritorio donde ahora trabaja para estar ahí donde consideramos que se debía estar—, y yo voy caminando, lo más rápido que puedo, por las atestadas aceras. Más bien podemos comunicarnos, con interrupciones, por los teléfonos celulares.

Llego a la esquina del Obelisco y me resigno a subir las cuatro cuadras hasta la plaza Murillo. Como vengo saliendo de una infección respiratoria, me agito más de lo usual al caminar —y de seguro los dos platos comidos también hacen lo suyo, si no me hago al zonzo—, pero sé que no hay de otra. Mientras subo escucho cánticos contra el presidente —no es el espíritu de la marcha, pero supongo surge de la molestia ciudadana— y más de una charla muy interesante entre las personas reunidas para ver el paso de la oruga humana que suma decenas y decenas de cuadras.

En la esquina del Ministerio de Culturas debo pelear contra la carencia de sentido común y de prevención de algunos policías. Dejan, como es usual —casi me atrevería a decir ya es parte del paisaje— su barda metálica que utilizan para bloquear el hoy franqueado acceso a la plaza donde están los palacios de gobierno y legislativo, y una señora no vidente baja por la acera esquivando a los peatones. La tomo por la espalda y la guío hasta la esquina, donde la indico para que cruce la calzada mientras espero en mi interior que alguna otra persona la ayude en la siguiente cuadra, aunque ya se puede caminar un poco más.

Retomo mi subida, “botando el bofe” como decimos en La Paz —que vivamos acá no implica estar del todo acostumbrados a sus pendientes y menos a subirlas a las carreras, esquivando gente como si uno estuviera atrasado para algo importante (aunque la marcha es de lo más importante a lo que asistí últimamente)—, y logro coronar la cuadra más empinada de la Ayacucho. Llamo a Lucio y quedamos de vernos en las puertas del Legislativo. Cuando me acerco ahí, veo a un grupo de sátrapas figurones y carentes de propuestas (Antelo, Piérola, Pinto y Rek, entre otros), así que paso de largo y hago bien: me encuentro con un amigo de años, quien acompañó el recorrido desde Urujara y está buscando a su acompañante, asimismo perdido en la marea humana.

Ayudo a un grupo de periodistas extranjeros (peruanos, creo) a hacer imágenes desde una de las ventanas del palacio y me encanta cuando un grupo de jóvenes veinteañeros, algunos de ellos conocidos porque hacen fanzines y tienen ideas anarquistas, les levantan el dedo medio a los figurones que optan por hacer mutis y refugiarse en los pasillos internos.

Lucio me llama y quedamos de reencontrarnos en el “Libro”, ese homenaje a la proclama de la Junta Tuitiva inaugurado creo en el Sesquicentenario. Esquivo la parafernalia de las unidades móviles de un par de canales —por cierto, ¿dónde estaría el helicóptero del canal estatal no? Ese que tanto sobrevolaba la marcha del pasado 12 de octubre, la que insisten en querernos hacer creer reunió espontáneamente a medio millón de personas— y me reúno de nuevo con él; cansados ambos, pero contentos.

Nos sentamos unos minutos —son cerca de las 15:20; el horario continuo decidido en su oficina se acabará en menos de tres cuartos de hora—, estoy por comprar una gelatina en vaso y él me hace notar de las infecciosas con alas que pululan por toda la plaza. Ya repuestos en cierta manera, iniciamos la bajada por la Socabaya, mientras cerca nuestro pasan los de la COB (entre ellos Solares, que me provoca urticaria). Cuando arribamos a su oficina, hace un par de fotos de la masiva concentración en San Francisco —los marchistas están celebrando una eucaristía, señal del arraigo católico que tienen— y luego conversamos un poco sobre lo vivido, mientras el acto central en la plaza de la otrora catedral mayor de La Paz se ha iniciado.

Me duele la cadera, me molestan los tobillos y sólo quisiera estar en mi cama, pero eso ahora no importa, como tampoco el hecho de que deberé ver la película que tenía planificada en un DVD pirata o esperar a que la pongan en el cable. “Nadie nos quita lo bailado”, decimos sonrientes con Lucio, mientras tomo mi tercero vaso consecutivo con agua y él va por el segundo. Ponemos la transmisión del acto por RTP, y escuchamos en un estéreo peculiar: luego del sonido por el aparato electrónico, nos llega el eco de lo que sucede a menos de 500 metros. Simplemente inolvidable.

FOTOS: LUCIO VALDIVIA.



26/9/11

Lo bueno es que se les caen las caretas

Por pura coincidencia, justo un mes después de la primera nota sobre la carretera que pretenden construir atravesando el Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), debo volver a tocar el tema.

Pero esta vez lo hago desbordado por la indignación. Como al vate, quiero escribir, pero me sale espuma. No puedo concebir cómo un gobierno que se dice indigenista y que se abroga la falacia —entre varias otras, claro— de tener al primero presidente indígena de Bolivia (el primigenio en todo caso fue Andrés de Santa Cruz y Calahumana, y después hubo otros con raíces indígenas claras), arremete de la manera más cobarde y vil contra aquellos que dicen representar.

Ayer al promediar las 16:30 ó 17:00, cuando los indígenas marchistas apostados cerca de Yucumo (Beni) terminaban de faenar una vaca para cocinarla y cenar, la Policía Nacional intervino de manera cobarde, brutal y violenta la concentración de los cerca de 1200 marchistas, utilizando agentes químicos y balines, reprimiéndolos y llevándose detenidos por la fuerza a dirigentes —algunos de ellos integrantes de la Asamblea Legislativa que gozan de inmunidad— y todos cuantos pudieron.

Según la crónica de la periodista Amancaya Finkel de Página Siete: «Un bebé de tres meses murió anoche tras la violenta intervención policial en Yucumo a la marcha indígena que se opone a la construcción de la carretera por el TIPNIS. El bebé falleció aparentemente por la inhalación de gases lacrimógenos. (…) Existe un saldo de 37 desaparecidos, según el comunicado, entre ellos siete niños y un bebé, y una cantidad no determinada de heridos y detenidos. Por momentos la represión fue extremadamente violenta, golpearon a algunos indígenas con saña (…) Muchas personas fueron enmanilladas y otras inmovilizadas con cinta adhesiva. El diputado disidente del MAS Pedro Nuni fue detenido sin respetarse su inmunidad. La cantidad de gases lacrimógenos fue tal que se produjo una gran confusión, ocasionándose el extravío de los niños».

El periódico La Razón, considerado por muchos ciudadanos de carácter paraoficialista por el capital venezolano de sus accionistas mayoritarios, puntualiza que «Los hechos ocurrieron entre las 17.00 y 17.35 a pocos metros del puente San Lorenzo, donde los indígenas fueron retenidos el sábado por la Policía poco después de romper una barrera policial llevando por delante al canciller David Choquehuanca. La jornada transcurría con normalidad, hasta que un grupo de policías ingresó a una hacienda cercana al lugar donde acampaban los indígenas. Esto movilizó a una decena de “flecheros”, liderados por los dirigentes Celso Padilla y Fernando Vargas, que los interceptó y les exigió que salieran del lugar. La periodista de la agencia AYNI, Rocío Rúa, que estaba en el lugar, relató a La Razón que un uniformado dijo que saldrían en 10 minutos, pero poco después iniciaron el operativo con la detención de Padilla y Vargas, a quienes —dijo— golpearon y subieron a un vehículo. Similar acción ocurría en el campamento. “Todos estaban descansando y los niños jugando, de pronto todo cambió. Están cazando a los indígenas”, relató un antropólogo, quien dijo a este medio vía teléfono que escapó y que estaba junto a varios indígenas en el monte. La intervención con gases lacrimógenos hizo que mujeres, niños y hombres huyan de los efectos de los gases y la persecución. “Muchos niños se perdieron, había madres llorando preguntando a todos, después del operativo, si vieron a sus hijos”, relató la periodista Rúa».

El rotativo asimismo considerado opositor, La Prensa, incluye más datos: «El pandemonio duró 35 minutos y se puso fin a la movilización iniciada el 15 de agosto en demanda de que el Gobierno no construya una carretera que pretende partir el TIPNIS. Aunque el canal 7 [estatal, NdR] informó que los indígenas intentaron a esa hora agredir a los uniformados, Ligia Pinto, de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, dijo que descansaban, comían y conversaban entre sí. (…) Fernando Vargas fue aprehendido y pateado cuando estaba tendido en el suelo. Cuando acaeció el sorpresivo ataque de la fuerza gubernamental, los policías evitaron que los periodistas capten imágenes y cerraron el paso por la carretera».

Por contrapartida, el vocero gubernamental Cambio, autodenominado ‘Periódico del Estado Plurinacional Boliviano’, expone su versión, firmada por su enviado Clayton Benavides, así: «La policía apostada en Yucumo intervino la marcha indígena que se dirigía a la ciudad de La Paz, tras ser atacada por un numeroso grupo de movilizados… los indígenas intentaron rodear la barrera policial de seguridad (…) blandiendo arcos y flechas, y amenazando con utilizar esas armas. Ante la amenaza, la fuerza pública utilizó gases antimotines para dispersar a los marchistas y detuvo a los más violentos con fines de investigación. (…)

El subcomandante de la Policía, Óscar Muñoz, quien encabezó la intervención a la marcha indígena, afirmó que el detonante para esa acción fue la agresividad de los nativos, que pusieron en peligro la integridad física de los uniformados, que los rodearon con arcos y flechas. “En realidad, ése fue el detonante, y también fue la actitud que tuvieron ellos contra gente que llegó a dialogar, y demostraron agresividad ante autoridades del Gobierno. Esa agresividad se volcó contra la integridad física de los policías, a quienes los rodearon prácticamente todos esos hombres que utilizaban flechas, y la policía tuvo que intervenir”, justificó. (…)

El jefe policial informó también que sufrió el impacto de una flecha en la parte de su pecho, pero que afortunadamente no fue de gravedad por la protección que llevaba». El subrayado es nuestro.

Con esta cobarde, brutal e indefendible accionar, el gobierno que preside Juan Evo Morales Ayma da claras muestras de que lo indigenista de su postura sólo responde a eslóganes y demagogias. Como pusimos en el título de esta entrada, lo bueno es que con estos actos se les caen las caretas y muestran, aunque sin querer, su verdadera esencia. La ministra de Defensa renunció hace unos minutos de manera irrevocable y hay una marcha que transcurre en este momento en La Paz, donde la plaza en la que se sitúa el palacio presidencial amaneció acordonada. ¿Qué es lo que temen los palaciegos?

Hace unos minutos también, el ministro de Gobierno, Sacha Llorenti —quien da las órdenes para las intervenciones policíacas— informó a través de la Agencia Boliviana de Informaciones ABI, en su cable 245302:

«El ministro de Gobierno, Sacha Llorenti, afirmó el lunes que la intervención a la marcha de los indígenas que se oponen a la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos fue realizada por un requerimiento fiscal y exclusivamente para preservar la vida y evitar enfrentamientos con los pobladores de Yucumo, que se oponían a la marcha. En una conferencia de prensa dictada en Palacio de Gobierno, Llorenti dijo que también por esa razón, de preservar la vida de los marchistas, fueron evacuados de inmediaciones de Yucumo en vehículos y trasladados a otra región para que retornen a sus comunidades. "La acción que se ha llevado adelante fue con el único propósito de evitar que haya un enfrentamiento entre civiles", remarcó al anunciar que si se comprueba abusos contra los marchistas se iniciará una investigación y se sancionará a los culpables».

Penosas horas para un gobierno en el que miles de ciudadanos de Bolivia y el mundo habían cifrados sus esperanzas.

FOTOS: FEEL-BOLIVIA.BLOGSPOT.COM, INTERNET.



21/9/11

21 DE SEPTIEMBRE

Despertó. «Día festivo sin clases», pensó para sus adentros. Se desperezó lentamente: había todo un largo y -por qué no- caluroso día por delante; oficialmente, la primavera arrancaba en ésta parte del planisferio, en franca oposición a la mayoría de las canciones de amor difundidas por las estaciones Frecuencia Modulada Stereo de moda y semi caducas, que la sitúan en abril, fuera del contexto que la rodeaba.

Encendió la radio. Música romanticona -era previsible- en la mayoría de las FMs; «día de los enamorados», le recordaron los distintos locutores. Decidió levantarse y tomar un duchazo.

Mientras tanto, sonó el teléfono. Era uno de sus compañeros de colegio; como no pudieron comunicarse, había dejado el mensaje de que luego llamaría. Salió del baño y le dieron el recado. «¿Para qué me habrá llamado?», meditó al vestirse.

Desayunó, a solas con la empleada que se ocupaba en organizar los diversos pertrechos para el almuerzo, caminando de un lado a otro. Ya sus padres habían salido y no volverían hasta la noche. Ángela, su hermana menor, estaba con los de su curso en una excursión campestre alegórica a la fecha y Ernesto, el mayor desaparecido desde la víspera, no daba aún señales de vida. Cogió la taza, y se acomodó frente al televisor. «A ver qué hay», dijo. La pantalla se llenó de imágenes reiterativas. Todos los programas en vivo hablaban del cambio de estación, del «amor que se puede sentir en el aire» y promovían concursos con premios como cenas para enamorados, joyas o cajas de chocolates. Las estaciones que no emitían sino enlatados, diluían sus minutos entre telenovelas, programas de dibujos animados y antiguas seriales, todos repetidos hasta el hartazgo.

Cansada como siempre le pasaba con los feriados a media semana «que te descompaginan todo» según afirmaba, empezó el zápping inclemente. Lo más que duraba la señal en un solo canal eran tres minutos.

A las 11, sonó el teléfono. Contestó, mecánicamente, casi sin ganas. «Hola... ¿Marco?... Aquí, viendo tele... No, nada... ¿A dónde?... Hmmm, puede ser... Te llamó a eso de las dos, para quedar bien, ¿ya?... Seguro... Chau».

Siguió frente al televisor, mirando sin ver, pensativa. Pasaron otros quince minutos y fue a su dormitorio. Alzó un libro y se acomodó en la cama para leerlo. "En el principio era el sexo y en el final también lo será", observó impreso en una de las páginas. Quedó rumiando la frase un instante. «¿Cómo será el sexo?», terminó por preguntarse.

Tras almorzar, en medio de la parafernalia del televisor, la radio a todo volumen, puesta por su hermano, pasando música estridente y la emisora nativa de la empleada, analizó la posibilidad de cumplir el trato telefónico. Revisó la cartelera cinematográfica en el periódico: eligió una película cómica y descolgó el auricular, marcando luego un número. «¿Marco?... Vamos al 6 de agosto, ¿te parece?... ¿Me recoges o nos vemos ahí?... Bueno, te espero... Chau».

Cambió de polera, alzó una chamarra y esperó, sentada de nuevo frente al televisor. Marco llegó puntualmente. Se saludaron, subieron al auto y partieron hacia el cine. «Se ve raro así, peinadito y perfumado», pensó.

En la oscuridad de la sala, sintió una mano por detrás de su cabeza. Sonrió levemente, sin decir nada. Minutos después, percibió el abrazo. Siguió callada. La mano de él buscó la de ella: se encontraron, agarrándose. Lo miró fijamente. El se acercó y, sin decir nada, la besó. Sin que sepa bien por qué, sintió miedo por aquel beso. No era el primero, mas traía consigo la sensación de algo incierto cuyo origen su instinto femenino no atinó a responder.

Salieron tomados de la mano, sonrientes. Marco le preguntó si ella tenía que volver rápido a casa. «No sé», respondió. Se encaminaron hacia el Montículo, donde ya estaban varias parejas y se veían tres o cuatro vehículos aparcados. Bajaron del auto y se acomodaron en la baranda, mirando a la ciudad. Charlaron de todo. El colegio, los compañeros de curso, los odiados profes, los benditos recreos, proyectos de travesuras para hacer juntos...

La ciudad dejó la certeza del sol, dando paso a la siempre acogedora luz de una redonda luna llena. El silencio se fue apoderando del ambiente, incluyéndolos a ellos. Volvieron al auto, a causa del viento frío.

Marco encendió la radio. Sonaba música suave, romántica, como al inicio de la jornada. Sentados en el asiento trasero, empezaron a besarse. Marco introdujo sus manos bajo la ropa de ella, hasta sentir la comunión de su tacto ansioso con la piel suave e inmaculada. Sorprendida e indecisa, ella le dejó hacer. Marco la besó en el cuello, bajando hacia los senos, cuyos pezones, sin querer, ya estaban erectos y se presentaban desafiantes. Le desnudó el torso, desabrochando el sostén y sacando los pechos por debajo. Ella decidió participar; sentía que era imposible estar pasiva. Sus manos empezaron a describir círculos en la espalda desnuda de Marco, y fueron bajando hasta desabrocharle el pantalón. Marco hizo lo mismo y poco a poco logró sacar una pierna del jean que vestía ella. Las caricias se hicieron más breves y directas; los besos, más largos y apasionados. Marco le quitó a medias el calzón de algodón comprado por su madre -sacó solo una pierna-, se acomodó y empezó a moverse rítmicamente sobre ella.

Te sentiste invadida de golpe. Dolió, sí, pero también te causó una sensación agradable. Todo esto era nuevo y «está pasando muy rápido», pensaste. Se escuchaban jadeos y gemidos, entremezclados los tuyos y los de él. Siguieron con eso, hasta que lo sentiste agitarse, temblar y derrumbarse encima de ti, mientras percibías un líquido en el interior de tu humedecido sexo.

«Te amo», dijo él; «Creo que yo también», balbuceó ella.

Pasaron varios minutos, en silencio, abrazados. Ella estaba reclinada en el hombro de él, que fumaba un cigarrillo. Decidió poner fin al silencio. «¿Qué hora es?», preguntó. «Ocho y media», contestó Marco, mirando el reloj en el tablero del coche. «Llévame rápido a casa», pidió excitada, pasando al asiento del acompañante. Apenas llegaron a la puerta, se despidió y salió apresurada, adentrándose en la seguridad de su hogar. El sólo atino a mirar cuando ajustaba la puerta de su casa.

Se desnudó poco a poco, recordando todo lo ocurrido. Iba a ponerse la ropa de dormir. Prefirió darse una ducha rápida antes. «Así que esto es el sexo», pensó recordando la lectura meridiana. Se puso una polera, envolvió sus cabellos en una toalla y estaba por acostarse, cuando entró su mamá. «Teléfono» dijo y salió.

Cogió el auricular. «Hola», dijo.

- Hola-, escuchó del otro lado. Era Marco. Sintió ganas de colgar. En vez, preguntó: «¿Qué quieres?».

-Sabes... no sé cómo decirte esto... Todo lo de hoy día...

Se impacientó. «Mejor hablemos mañana, ¿bueno? Estoy cansada y...»

-No, no-interrumpió él- Tengo que decirte esto ahora... Todo era por una apuesta con mis amigos, ¿sabes? Es que... aposté que iba a hacerlo contigo... No te enojes, ¿ya?... Podemos seguir siendo amigos...

«Ándate a la mierda», gritó llorando, al tiempo de colgar el teléfono. Su mamá apareció en la puerta, preguntando: «Hija, ¿qué te pasa?». «¡Nada, mamá, nada!», respondió al salir apresurada, dirigiéndose a su cuarto. Entró, cerró la puerta con seguro por dentro y se lanzó de bruces sobre la cama, mientras lloraba desconsoladamente.

Despertó con las luces del alba. No recordaba cómo ni en qué momento se había cubierto con el edredón. La pieza que sonaba en la radio le revivió todo el día anterior. «Los hombres son una mierda», pensó primero; «qué fecha estúpida la de ayer», luego. Se levantó, aún molesta, y se metió en la cocina.

Comió de todo un poco. No se salvaron ni siquiera algunas sobras que habían quedado de la cena anterior, descuidadas encima de la mesa. Volvió a su cuarto, se vistió y después salió al colegio. Sabía que tendría que volver a compartir el asiento con Marco, durante dos meses más. «Qué día de mierda», pensaba al entrar en el colegio.

FOTOS: INTERNET.

26/8/11

De carreteras y obsesiones

Juan Evo Morales Ayma sueña. Es una de las cosas que tiene en común con el resto de los bolivianos, a quienes gobierna desde 2006. Y tiene un sueño recurrente, dicen sus allegados: carreteras, hacer muchas carreteras. Alguien ya comentó —si la memoria no nos folla, como dice el Ojo de Vidrio, el dato está incluido en el panegírico Jefazo de Martín Sivak— que esto le viene de su pasado como niño campesino en el hosco altiplano orureño, donde caminaba hasta la carretera interdepartamental para pedir cosas a los pasajeros de los buses y presuntamente le lanzaban cáscaras de naranjas.

Desde niños nos repiten que las carreteras (y caminos) son vías de desarrollo para un país. Porque lo integran, permiten comunicarse a las comunidades con los centros poblados más grandes y posibilitan el traslado de productos de un lugar hacia otro. Prueba sencilla los vecinos, donde casi todas –sino todas, de plano– sus rutas internas son asfaltadas y reciben mantenimientos y preservación constantes. Bajo esta premisa, es válido y aun imprescindible pensar en que la creación de una carretera es válida, necesaria y beneficiosa para la mayoría de los pobladores.

Pero, ¿qué ocurre cuando este nexo debe erigirse dañando una de las pocas áreas naturales protegidas del país y del planeta? Desde luego, lo menos que se debe hacer desde el sector gubernamental es pensárselo, luego consultarlo con los pobladores —ellos no irán a oponerse porque sí ni por arrebatos de locura— y por último recién asumir la decisión si se emprende tal construcción ó no. Esta es la disyuntiva actual, que ha movilizado desde el pasado lunes 15 a decenas de pobladores de la región del TIPNIS —Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure—, quienes tratan de convencer al gobierno para que el trazado de la ruta no atraviese su hábitat, reconocido incluso en la CPE, Artículos 2, 3, 11, 26, 210, 211, 385 (cita) y 403, entre otros:

«I. Las áreas protegidas constituyen un bien común y forman parte del patrimonio natural y cultural del país; cumplen funciones ambientales, culturales, sociales y económicas para el desarrollo sustentable.

II. Donde exista sobreposición de áreas protegidas y territorios indígena originario campesinos, la gestión compartida se realizará con sujeción a las normas y procedimientos propios de las naciones y pueblos indígena originaria campesinos, respetando el objeto de creación de estas áreas».

El gobierno —y con especial énfasis el contradictorio presidente del Estado— dice defender a la Pachamama y protegerla, preservarla, etc. No entraré a redundar lo que hemos venido escuchando hace cinco años y con más intensidad los últimos días, desde que se iniciaron las discusiones acerca de la carretera de 353 Km entre Villa Tunari (Chapare, Cochabamba) y San Ignacio (Moxos, Beni).

Sí pretendo hacer hincapié en los destrozos a la flora y, sobre todo, a la fauna que conllevaría la mentada vía. Algunos datos sobre ella:
• 108 especies de mamíferos, pertenecientes a 33 familias, lo cual representa el 30% de las especies de mamíferos de Bolivia.
• 470 especies de aves, correspondientes al 34% del total de aves de Bolivia. • 39 especies de reptiles, pertenecientes a 15 familias, representando alrededor del 14% de reptiles conocidos para el país, sin incluir las tortugas y caimanes. • 53 especies de anfibios, representando entre el 26% y 28,5% de las especies del país, y pertenecientes a 8 de las 11 familias de anfibios para Bolivia. • 188 especies de peces, distribuidas en 25 familias (Altamirano, R.C. et al., 1992).

Con relación a la flora, estos apuntes:
En el TIPNIS se han efectuado muy pocos trabajos de inventariación y menos aún recientes. Si bien el conocimiento de la biodiversidad en el TIPNIS es aún muy limitado, algunos inventarios preliminares permiten prever una muy alta diversidad de especies, especialmente en las formaciones boscosas del piedemonte y la serranía subandina.
Hasta ahora en el TIPNIS hay 602 especies de plantas registradas distribuidas en 85 familias y 251 géneros. Sin embargo se estima la existencia de unas 2.500 a 3.000 especies de plantas vasculares, lo cual representaría entre el 12,5% y el 15% de las 20.000 especies de flora vascular estimadas para Bolivia.
Estas estimaciones están en relación con el hecho de que el TIPNIS contiene gran parte de la diversidad florística de bosques amazónicos, pero también con la gran cantidad de epifitos -principalmente de orquídeas cuyos patrones de diversidad ascienden a medida que se sube hacia los bosques montanos (Fernández, E. y Altamirano, S., 2004).

Pero quizás lo más grave, algo que el Gobierno pretende ignorar olímpicamente, sean las estimaciones de deforestación y daños irreversibles calculados por la imposición de esta vía, con la cual el Primer Mandatario está obsesionado. En menos de dos décadas, más de dos terceras partes del TIPNIS serían deforestadas, calcula un reporte del PIEB.

Considerando todo lo precedente –y la movilización que sigue desarrollándose en la zona afectada–, el Gobierno debe preocuparse por entablar un verdadero consenso y diálogo con los pobladores locales y no imponer porque sí sus criterios. Además, y esto lo admitió este jueves 25 el propio director de la Administradora Boliviana de Carreteras, esta sería la tercera vía más cara en la historia del país. Entonces, ¿cuál su sinonimia —y no es que esté viendo sólo lo inmediato— con el progreso que supuestamente traerá al Parque Nacional Isiboro Sécure? No olvidemos tampoco la no del todo descabellada asociación que hicieron de esta vía como potencial ruta para el narcotráfico, pues no es novedad que nuestro país se ha vuelto paso de tránsito –y de producción y consumo, todo hay que decirlo– para la droga.

FOTOS: PICASAWEB.COM, NOTIBOLIVIARURAL.COM, RADIOATIPIRI.BLOGSPOT.COM, AMAZONIA.BO.