8/10/12

Los Kjarkas 40 años después: un concierto con un par de deslices*


Es la primera vez que asisto a una presentación de Los Kjarkas como periodista acreditado. Antes lo hice siempre como espectador común, que adquiere su entrada y se sacude con el público en la gradería. Pero esta noche de viernes 5 de octubre tenía la gran oportunidad primigenia y había que aprovecharla.

Eran las 21.20 cuando el cielo paceño se vio remecido por un centenar de fuegos artificiales. Luego  del emotivo video de homenaje a la memoria de Ulises Hermosa, Gonzalo Hermosa Camacho (Vientos y guitarra), Makoto Shishido (Charango), Lin Angulo (Guitarra), Gastón Guardia (Vientos), Gonzalo Hermosa (Guitarra y percusión) y Elmer Hermosa (Voz y charango) empezaron su recital 40 años después con los arpegios del k’antu A nadie, del nuevo álbum homónimo.
La gente corea: “¡Kjarkas!... ¡Kjarkas!”, mientras se suceden las canciones del reciente disco. Adelante Chacaltaya, una morenada en la que el despliegue del Ballet Kjarkas es impresionante, se inician los gritos del “Olé… olé… olé… Kjarkas”. Entre el público presente figura el presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos, Carlos Villegas, acomodado en una de las sillas del sector ‘Ultra VIP’, es decir, al pie del escenario.
La primera tanda de la actuación de los músicos cochabambinos estuvo dedicada a presentar este trabajo reciente, el trigésimo cuarto —aunque Gonzalo se empeñaba en decir que era el número 37— en sus cuatro décadas de trayectoria. La primera versión en vivo de Kalincha imilla fue acompañada por el elenco Tinkus Puros, que se hizo acreedor al gusto de estar en el proscenio mediante una competencia previa.

María Teresa Rojas.
Entran las chiquillas
Tras 59 minutos, Los Kjarkas cedieron el escenario a sus divisiones inferiores. Las chicas de DiVerso —Karen Seborga (guitarra), María Teresa Rojas (voz y guitarra), Paola Pascualli (vientos), Gabriela Herbas (acordeón y teclado) y Lucía Pérez (charango)— ingresaron a las 22.24 y estuvieron 25 minutos, en los cuales interpretaron sus pegajosas canciones y se contonearon en el escenario, contagiando de alegría a los presentes que casi llenaron el aforo del Jaime Laredo (sólo había unos claros en las partes superiores laterales).
Hay que decirlo: las DiVerso tienen lo suyo. Más allá de que por momentos pareciera que gritasen (impresión desde el pie del escenario, no crítica acústica como sí puede hacérsele a algunas ‘cantantes’ nacionales) o que algunas quienes deberían hacer sólo partes instrumentales igual cantan todas las letras, aunque alejándose de los micrófonos, suenan muy bien. Todavía les falta el centavo para el peso, como se dice coloquialmente, pero esto llega asimismo con la experiencia y las horas sobre el escenario.
Fueron acompañadas por el Ballet Sentimiento nacional y tenían a sus fans, muy bien identificados, en la mitad del sector de VIP con una gran bandera. Eran las mismas personas que, cuando pasamos en la mañana por el Jaime Laredo, ya hacían fila para entrar al recinto. ¡Eso se llama ser grouppies fieles, aunque quizás eran las mamás y familiares de las simpáticas y entusiastas chiquillas!

Elmer, Gastón y Gonzalo, los fundadores.
Segundo entre, chupa y venta
La segunda tanda de Los Kjarkas, luego del reconocimiento que les entregó el comunicador ecuatoriano Fernando Mariño, conductor durante 20 años del programa “Folklor y Canto Latinoamericano” en la estación Bonita FM de Ambato, se inició a las 22.56 con Munasqechay. Al igual que en su primera aparición, estuvieron acompañados por la agrupación Quntur, ataviados con ponchos rojos, en los vientos y a la derecha del escenario, y por los Ch’ila Jatun (Pequeños grandes, en quechua), de negro, en el bajo, batería, quenas, bombo y dos timbales.
Por cierto, antes de que sonaran los arpegios de la canción en quechua, Soraya Delfín y Daniel Castellón, los animadores de la noche, piden disculpas al público por “el impacto de los fuegos artificiales” (sic), que presuntamente causaron heridas en algunas personas “atendidas por los bomberos”. Minutos más tarde pregunto a mi amigo Franz Chávez, bombero voluntario y periodista, si es que se supo de algún reporte y la respuesta, hechas las consultas por el intercomunicador de su superiora, es terminante: “No hubo atención a nadie hasta ahora”. ¡Vaya uno a saber de qué hablaban los presentadores de ATB!

Makoto presenta a los Quntur.
Canción para mi hija, Tiempo al tiempo, El árbol de mi destino, Saya sensual (Yo quiero ser tu amor) fueron las siguientes. Mientras las canciones van aumentando el nivel de respuesta y participación de los espectadores, cerca de donde me encuentro el nivel de consumo alcohólico entre los que tienen unos pases que dicen “Staff” y están mezclados con promotores de una institución educativa, también. Los patrocinadores del concierto son Cerveza Cordillera (curioso: adentro no vi circular una sola), el diario Página Siete (tampoco veo a los colegas; después me enteré que andaban en una parrillada de confraternización), Boliviana de Aviación, la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (me encontré con el gerente regional de La Paz, pero él no estaba en el grupo de los bebedores) y la Universidad Boliviana de Informática (UBI). Los que farrean son unos jóvenes y ‘adultos contemporáneos’ —por así decirles—, que están con terno algunos y otros con ropa sport (incluso uno, con polera de mangas cortas, muestra los brazos tatuados). Liban whisky Johnnie Walker y ron Abuelo a placer, tanto así que cuando se les acerca un capitán de policía, que ha llegado en una radiopatrulla, no le dan ninguna importancia y siguen con lo suyo.
Por ahí también está la mesa improvisada por los enviados de Discolandia. Inquiero el precio del disco 40 años después, que viene con envoltura de papel celofán transparente y huele todavía a imprenta, y me dicen que está en 80 bolivianos. Dejan a una adolescente menor de 15 años a cargo de la mesa y los otros dos, con chalecos negros que identifican a la disquera de Miguel Dueri, se van a vender los discos en la gradería. Es la noche del estreno y se sabe: las primicias pegan. Aunque afuera vendan el ya ‘clásico’ volumen triple (CD audio normal, DVD y MP3) sólo por 10 pesitos.

El Ballet Kjarkas se luce en una saya.
Un poco de ‘nepotismo’ y falta de previsión al estilo Kjarkas (ó desliz 1) 
A las 23.15, Gonzalo Hermosa presentó a los Ch’ila Jatun, cuya característica principal es el lazo consanguíneo que tienen con los famosos Kjarkas o algún ex integrante del grupo. Jonathan Hermosa Andresen (primera voz),
Benjamín Frontanilla Hermosa (bajo), Luis Medrano Hermosa (charango), Huáscar Hermosa Castro (segunda voz y guitarra), Gonzalo Hermosa Camacho (vientos), Branly Yáñez Enríquez (batería) y Jhonny Jara (percusión menor), fueron acompañantes de sus progenitores y tíos (Gonzalo y Élmer) durante toda la actuación, pero en su momento solos, que tuvo una extensión de algo más de 30 minutos, también mostraron sus habilidades.
Asimismo, se pudo apreciar a distintos elencos del Ballet Kjarkas, que acompañaron los ritmos, como tobas, saya y caporales, durante la velada folclórica. Cuando no estaban sobre el escenario, los bailarines y, sobre todo, las bailarinas, sufrían con la baja y húmeda (86%, según estimaciones de la internet) temperatura de la noche paceña. Más de una vez las vimos apretujadas unas con otras en unas gradas dejadas cerca del escenario, mientras aguardaban su siguiente turno de animar el cántico. Esto podría prevenirse con la sencilla tarea de darles cada cierto tiempo vasos con algún líquido caliente o coordinar de manera tal que esperen sus turnos dentro de un camerino, sector al cual no intentamos siquiera ingresar.

Tinkus abajo, músicos bailando arriba.
El desliz 2 y nos vamos
Sobre las 23.48 se inició la tercera y última tanda de Los Kjarkas, con la infaltable Chuquiagu Marka. Le siguieron El último amanecer, tobas ecologista donde se pudo ver un interesante diálogo instrumental y coreográfico entre Makoto y Elin; Fría, con mucha gente pidiendo ya Bolivia y los presentadores de Bolivisión, Israel Mérida y Pamela Muñoz, divirtiéndose cerca nuestro; Al final; La pícara, con Elmer, Gonzalo, Makoto y Elin bailando; Bolivia (huayño que Gonzalo dice se ha convertido en el mejor himno del país, mientras la gente corea el tradicional “Bo-bo-bo… li-li-li… via-via-via… Viva Bolivia”); Tuna papita; Ave de cristal; Sambo caporal; Llorando se fue, con un fragmento interpretado en japonés por Gastón; Jilguero Flores, que da pie a que los seis músicos del poncho blanco ensayen pasos de baile hasta que de pronto —¡Zas!, diría un cochabambino— da la impresión que están cantando sobre pista. ¿Usarán este recurso Los Kjarkas? Alguien como mi amigo Dieter Rocha, DJ y promotor musical, se anima a decir que sí, mientras nos asaltan las dudas.
Pero la fiesta sigue: Imillitay, con Elmer totalmente entregado al público, demandando “un grito de guerra de todas las mujeres” y luego más exigencias tanto suyas como de Gonzalo; Tomás Orujo (una pícara tonada chapaca sobre un hombre que tuvo una extensa prole), nos permite ver, ya desde la primera fila del sector VIP, que algunos de los bebedores en el sector que denominaremos ‘Patrocinadores’ se retiran en estado lamentable, incluso una pareja con amagos de peleas a los golpes. Se han bajado, como se dice popularmente, tres botellas de Johnnie Walker rojo, dos de ron Abuelo y una de whisky Old Parr. También se van, en perfecto estado y con evidentes muestras de cansancio, los seis promotores de la UBI: cuatro señoritas y dos varones.

Toda la fuerza en el gesto de Lin.

Los Kjarkas retoman el canto luego del tradicional amague de salida y rematan con el bis de Kalincha imilla. Son las 00.55 del sábado 6 de octubre y el concierto, que ha dejado extasiados a los casi 10 mil asistentes, concluye. Al irnos vemos que la mesa improvisada de Discolandia está en el pasillo de salida del sector VIP: 200 copias llevaron para ofrecer, intuimos vendieron unas 150. Afuera los transportistas (taxistas y radiotaxistas) quieren aprovechar las circunstancias: uno pide Bs 20 por llevarme hasta el lugar donde tocan los Pateando al perro; resigno mi ida, me embuto como puedo en un trufi que va hacia El Prado y acabo dando toda una vuelta por el Puente de las Américas antes de encaminarme finalmente a casa. Con todo, ha sido una noche magistral.

IMÁGENES: Freddy Barragán García.
*: Una versión editada y reducida de esta crónica fue publicada en La Prensa. Esta es la narración íntegra, con bastante ironía, que en todo caso espero no hiera sensibilidades.